lunes, 28 de diciembre de 2009
Catalina Parr (1512-1548)
Catalina Parr era hija de una dama de honor de la primera Catalina (a la que debía su nombre). Además, resultaba ser la mejor de las esposas, quizá porque el monarca ya no tenía sus bríos juveniles y necesitaba más una nodriza que una amante. En este sentido, a los fines de buscar la gratitud del rey, utilizó su experiencia en atender ancianos. Este conocimiento lo obtuvo de sus anteriores matrimonios que le habían impuesto, dejándola viuda en plena juventud. Ella lo cuidó en su vejez, soportó sus achaques y fue su paciente enfermera.
Además, logró reconciliarlo con sus hijas, luego de más de diez años de distanciamiento. A su vez, consiguió que ante el Parlamento las reconociera como legítimas a Isabel y María –hasta entonces consideradas bastardas–. Catalina se convirtió en una verdadera madre para Isabel y el príncipe Eduardo. El reconocimiento de legitimidad colocaba a María e Isabel como herederas respectivamente del trono tras el príncipe Eduardo.
La amistad de María y Catalina Parr se había forjado antes del casamiento con el rey, su padre. A causa de esta temprana amistad, María no sólo aprobó este casamiento (así como había desaprobado el anterior) sino que acompañó a los novios en una gira por el sur de Inglaterra. En la boda, fue una de las damas de honor y participante de los festejos y luego, compañera inseparable de la nueva reina.
Incluso esta amistad podía considerarse extraña por las diferentes creencias religiosas –cruciales en este periodo– que ambas profesaban: Catalina era calvinista y María católica. Sin embargo, la estima que ambas se tenían superaba ampliamente cualquier diferencia, habían hecho una especie de pacto de no mentar sus respectivas religiones y atenerse a los gustos en común.
Catalina hizo aumentar la renta de María y además le proporcionaba todo tipo de regalos, sobre todo joyas y ropas suntuosas que resultaban sus predilectas. Por el contrario, su hermana Isabel, como su hermanito, era luterana y sus rígidos principios le hacían desdeñar el lujo. Juzgaba pecador el comportamiento de las dos amigas, que gustaban de concurrir a fiestas y a bailes a los que ella rehusaba asistir, considerándolos ‘orgías”. Esta concepción aséptica se refleja en la carta que Eduardo, que por entonces tenía ocho años, le escribe a la reina Catalina: expresa que él tendría que proteger a su hermana María, que por causa de esas fiestas, las suntuosas vestimentas y joyas “se estaba dejando de comportar como una buena cristiana”.
Estas expresiones del príncipe Eduardo deben matizarse y ser analizadas bajo la luz de las concepciones de la época. Si bien es cierto que el rey Enrique, a causa de su gota, no solía concurrir a esas fiestas palaciegas y, si lo hacía, no podía bailar, éstas distaban mucho de ser las reuniones orgiásticas que tanto atemorizaban al pequeño príncipe y a su hermana Isabel.
En todo caso, el hecho de que ambas eran muy jóvenes explicaría su necesidad de concurrir, sociabilizar con los cortesanos letrados o solamente divertirse. Para los luteranos este tipo de conducta se concebía como licenciosa o apartada de lo tolerable. Quizá Isabel exageraba su luteranismo, por sentirse relegada en la consideración cortesana, pues mientras a María la llamaban princesa, a ella sólo la denominaban Lady (quizá por el recuerdo de que su madre había sido juzgada como una prostituta).
Hacia fines de 1546 el estado de salud del Rey empeoraba, a pesar de los cuidados de su esposa, en enero de 1547 fallece. Se estima que María lo acompañó en su agonía, antes del suspiro final, su padre le había llegado a decir que moría triste por no haberla casado, y le había pedido que protegiera al pequeño Eduardo de las amenazas del Vaticano. Pero esto último no puede ser cierto, pues bien sabía Enrique cuán firmes eran las convicciones católicas de su hija y, en caso de solicitar tal cosa, lo hubiera hecho a su esposa Catalina, que era luterana.
De esta manera, Catalina Parr, se convirtió en la única reina que sobrevive a los caprichos del rey Enrique VIII. Luego de su muerte, totalmente libre, no tardó en casarse con Eduardo Seymour, tío del rey Eduardo, nuevo monarca que había sido entronizado a la temprana edad de los nueve años.
Así, con esta escena de paz y concordia, termina la tempestuosa existencia de Enrique VIII y el relato de las vidas de las seis reinas consortes de este Barba Azul.
Catalina Howard (1522-1542)
El temor al método de divorcio que había aplicado el rey a su prima Ana no era infundado. Una dama de la corte había manifestado abiertamente que sólo se casaría con Enrique si ella tuviera dos cabezas: “una para conservarse viva y la otra para ser decapitada por él”. Incluso, Enrique un rey avejentado y maduro no le resultaría muy atractivo a la jovencita, cinco años menor que María, la hija de su futuro esposo. Cabría aclarar que además estaba obeso, era bebedor y padecía el mal de la gota.
Detrás de estas desfavorables características del monarca ingles, el enlace se sustentaba en la ambición del clan Howard, pues la propia Catalina era más dada a las intrigas amorosas que a las políticas. Pero esas intrigas la utilizaban como un peón de ajedrez, en el enfrentamiento entre el poderoso Cromwell y el tío de Catalina, Tomás Norfolk.
Lo cierto es que el rey Enrique manifestaba estar enamoradísimo de la joven y bella pelirroja, a la que llamaba “su rosa sin espinas” y por esto la boda y la coronación de la nueva reina se efectuaron casi inmediatamente de la anulación de su anterior matrimonio. Sin embargo, esta unión que parecía satisfacer los deseos de la corona de consolidar su progenie, pronto se truncaría. Si bien la belleza caracterizaba a la reciente esposa, su inteligencia era escasa.
Con respecto a su conducta, hay versiones contradictorias y diferentes: algunos consideran que su comportamiento fue realmente escandaloso y que mereció su triste suerte, mientras otros juzgan todo lo que se le atribuye a una elaborada calumnia del clan enemigo para desembarazarse de ella y de la influencia que pudiera tener sobre el monarca.
Catalina Howard no supo obtener apoyos dentro de la Corte (desde el principio no fue bien vista) ni la simpatía de su hijastra, María, hasta el punto de expresar que “Lady María no la trataba con la debida reverencia, pareciendo olvidar que ella era sólo una bastarda real”. La madrastra retribuyó la malquerencia, logrando que el rey hiciera despedir a tres de las damas de honor de la princesa María y le redujera el dinero que le era otorgado para sus gastos.
Todavía se cuestiona la injerencia de Catalina en la ejecución de la madrina de María, a la que esta quería mucho, intima amiga de su madre (Catalina de Aragón), a favor de la cual Maria se humilló ante la nueva reina implorando por la vida de la anciana. Margarita Pole, que así se llamaba el aya, era mujer de más de setenta años y estaba prisionera en la torre de Londres “por desobedecer órdenes del rey”. Más allá de los intentos frustrados de María, la anciana fue atrozmente ejecutada, acrecentándose la fama de sanguinario de Enrique VIII, su propio padre. La princesa decidió entonces que le era más provechoso acordar con la nueva reina y, al hacerlo, le fueron devueltas sus damas de honor y su renta.
No obstante, el poder de Catalina Howard –sustentado en su belleza– seria breve. Al poco tiempo a través de las intrigas cortesanas fue acusada de adúltera. Se dijo que Catalina era promiscua, que lo había sido antes de su matrimonio y lo siguió siendo durante éste, que seguía viéndose con su antiguo amante Culpeper y con otros, y que el único que lo ignoraba era el rey.
Como elementos probatorios de la infidelidad y el comportamiento licencioso de Catalina, se ofrecieron al rey una serie de cartas “apasionadas” escritas por la reina a uno de sus amantes. Sin embargo, la reina apenas sabia escribir su nombre, lo que demuestran la falsedad de estas supuestas pruebas. Es decir, que ni al mismo rey pudieron haber engañado. Pero éste las admitió, quizá para reforzar su orden de encarcelamiento de su esposa y su posterior condena, acusada de falta de castidad antes de su matrimonio y adulterio durante éste. Estos hechos resultaban posibles pero no probados.
Por orden del rey, los soldados de su guardia acudieron a arrestarla. Se cuenta que al verlos, Catalina advirtió su infortunio, logró eludirlos y se echó a correr por los corredores del palacio, en busca de su esposo para rogarle por su vida. Pero los guardias la alcanzaron antes de que llegara y los testigos del arresto afirman que hasta que lograron reducirla y amordazarla, sus alaridos fueron espeluznantes.
Así, fue encerrada en la torre del castillo de Hampton Cauri, a orillas del Támesis, y se dice que de allí intentó escapar disfrazada de mucama, pero su distinguida forma de caminar la denunció ante los soldados, que la persiguieron mientras ella llegaba a la puerta misma de la capilla del palacio, donde el rey estaba escuchando misa. Pero éste no se dio por enterado y allí mismo volvieron a capturarla y la retornaron a su encierro.
No hubo clemencia para ella y posteriormente la condujeron en un bote por el Támesis para trasladarla a la Torre de Londres, para ser allí decapitada cuando contaba apenas veinte anos.
En la actualidad se dice que el fantasma de Catalina Howard ambula por la galería que conduce a la capilla del magnífico palacio de Hampton Court y que en el aniversario de su captura pueden escucharse sus estridentes gritos.
Evidentemente, la suerte que corrió Catalina así como las esposas que le precedieron, demuestra los avatares del poder.
A continuación un video que supuestamente muestra el fantasma de esta reyna en Hampton Court:
Ana de Cléveris (Anna von Jülich-Kleve-Berg)
Siendo el duque de Cléveris aliado de los príncipes protestantes, Enrique VIII de Inglaterra necesitaba una alianza con él. Se le encargó al artista Hans Holbein el Joven un retrato de Ana y Enrique se mostró satisfecho con el resultado. Hoy en día se sabe que los artistas de la corte tenían detalles con las personas importantes a las que retrataban. Según los cánones de la época, Ana era realmente fea: era alta y corpulenta, y su rostro poco agraciado mostraba además las cicatrices cutáneas de haber padecido la viruela.Incluso, era poco apta para sostener los diálogos ingeniosos de una corte renacentista, dirigidos muchas veces por el mismo rey, que escribía versos, creaba canciones y gustaba de la lectura, todo lo cual era ajeno a los gustos de Ana, la cual apenas hablaba inglés.
Tal vez por eso, Enrique VIII no se sintió satisfecho con la llegada de Ana a Inglaterra aunque se casaron el 6 de enero de 1540 en el Palacio de Placentia, en Greenwich, cerca de Londres.
Enrique deseaba romper el enlace pero no quería ser violento o injusto con Ana, así que pronto se encontró un pretexto para el divorcio. Este matrimonio fue el principio del fin de Canciller del rey, Thomas Cromwell.
Preso de esta decisión, ya que no podía negarse al casamiento por los altos intereses políticos y económicos que la novia representaba, contrajo matrimonio en 1540. De esta manera, Ana de Cleves se convertía en la cuarta esposa de Enrique VIII.
Ana había permanecido católica conservadora, aunque su familia era luterana. Entablo una relación prospera con la princesa María y se estima que su relación con el rey era buena. A pesar de esto, Enrique había puesto su atención en una dama que formaba parte del sequito de damas de honor de Ana, la bella Catalina Howard. De esta forma, el matrimonio entre Enrique y Ana estaba destinado a la ruptura. De hecho, Enrique consiguió que la fea flamenca, quizá temerosa de correr la suerte de la otra Ana (Ana Bolena), aprobara el divorcio, apenas transcurridos unos meses desde el día de la boda. A cambio de ello, recibiría una importante renta vitalicia que le permitiría proseguir residiendo en la corte inglesa como dilecta amiga del rey y de la princesa María, pudiendo mantenerse de acuerdo con su alto rango.
En este sentido se elaboraron una serie de hipótesis acerca de la consumación del matrimonio entre Enrique y Ana de Cleves: algunos historiadores sostienen que el matrimonio no fue consumado, por el desagrado físico que la flamenca producía al rey; otros dicen que la separación se produjo porque Enrique no había obtenido los favores de Ana, que estaba enamorada de otro hombre, y la deseaba tanto que le ofreció desposarla para poder hacerla suya, pero lo cierto es que Ana accedió buenamente a abdicar el reinado inglés en el que se vio pronto suplantada por su dama de honor. Así, este cuarto matrimonio del rey Enrique VIII semejó un paso de comedia.
El matrimonio se anuló el 9 de julio de 1540 alegando que el matrimonio no se había llegado a consumar. Ana fue compensada con diversas propiedades, incluyendo el Castillo de Hever, perteneciente a la familia de su segunda esposa, Ana Bolena.
Convertida en princesa de Inglaterra, Enrique le otorga el título de "Su Gracia la Hermana del Rey". Ana permaneció en Inglaterra durante el resto de su vida.
Fue la última de las seis esposas de Enrique VIII en morir, ocurriendo su deceso en sus tierras de Chelsea, el 16 de julio de 1557, siendo sepultada en la abadía de Westminster. Al final de sus días se reconvirtió al catolicismo siguiendo los consejos de la hija de su esposo, María Tudor.
Jane Saymour
Jane Seymour (1509 – 24 de octubre de 1537) fue la tercera esposa de Enrique VIII de Inglaterra, y madre del futuro rey Eduardo VI. Murió 12 días después de dar a luz a éste.
Seymour fue la cuarta de los 9 hijos de John Seymour de Wiltshire, y de Margaret Wentworth.
Después de servir como asistente de Catalina de Aragón y de Ana Bolena, esposas de Enrique VIII de Inglaterra, Jane despertó el interés del rey. A diferencia de sus hermanos y de su predecesora Ana Bolena, no simpatizaba con las ideas religiosas protestantes. Su deseo de casarse con ella aceleró las falsas acusaciones de adulterio contra Ana. Juana y Enrique se casaron en el palacio de York, el 30 de mayo de 1536, sólo 11 días después de la ejecución de Ana. Juana pronto quedó embarazada.
Como reina, Jane Seymour fue estricta y formal e hizo todo lo que estuvo a su alcance para diferenciarse de su predecesora. Sus amistades eran sólo femeninas. La vibrante vida social de la casa de la reina que tan bien había controlado Ana Bolena, fue sustituida por una atmósfera estricta, casi opresiva. Desesperada por parecer una reina, se obsesionaba por los mínimos detalles, como cuántas perlas debían coserse a las faldas. Prohibió la moda francesa, introducida en la corte por Ana. Políticamente conservadora, su única intervención en el reino finalizó cuando el rey le recordó que la última reina había perdido la cabeza por entrometerse en los asuntos políticos.
El embarazo despertó en Jane un deseo (gula) irrefrenable de comer perdices. El rey ordenaba traerlas desde Calais y Flandes. Engordó terriblemente y se tuvieron que arreglar todos sus vestidos. Juana dio a luz a un varón, el futuro rey Eduardo VI, el 12 octubre de 1537. Contrajo fiebres puerperales y murió doce días más tarde, el 24 de octubre de 1537. Está enterrada en el Castillo de Windsor.
Los dos ambiciosos hermanos de Jane, Thomas y Edward, abusaron de su memoria para aumentar sus propias fortunas. Tras la muerte de Enrique, Thomas contrajo matrimonio con su viuda, Catalina Parr. Durante el periodo de regencia de Eduardo VI, Edward Seymour fue su protector y el gobernante real de Inglaterra. Ambos hermanos fueron ejecutados.
miércoles, 9 de diciembre de 2009
Curiosidades de Ana Bolena
- Poema que escribió el poeta sir Thomas Wyatt para Ana
- Whoso list: whoever wishes
- hind: female deer
- hélas: alas
- vain travail: futile labor
- deer: playing on the word "dear"
- Sithens: since
- Noli me tangere: "touch me not"
- Carta de Ana bolena al rey Enrique VIII:
Señor,
Corresponde solamente a la augusta mente de un gran rey, a quien la naturaleza ha dado un corazón lleno de generosidad hacia mi sexo, compensar con favores tan extraordinarios una conversación ingenua y corta con una muchacha. Inagotable como es el tesoro de generosidad de su majestad, le ruego considerar que pueda no ser suficiente para su generosidad; porque, si usted recompensa tan leve conversación por regalos tan grandes, ¿qué podrá usted hacer por los que están listos consagrar su obediencia entera a sus deseos? Cuán grandes pueden ser los obsequios que he recibido, y la alegría que siento por ser amada por un rey a quien adoro, y a quien con placer sacrificaría mi corazón. Si la fortuna lo ha hecho digno de ofrecerlo, estaré infinitamente agradecida. El mandato de dama de honor de la reina me induce a pensar que su majestad tiene cierta estima por mí, y puesto que mi ocupación me da medios de verle frecuentemente, podré asegurarle por mis propios labios (lo cual haré en la primera oportunidad) que soy la más atenta y obediente sierva de su majestad, sin ninguna reserva.
Ana Bolena.
- La enfermedad del sudor ingles ataca a Ana bolena, y el rey abandona la corte y se encierra en uno de sus tantos castillos a piedra y lodo ya que le tenia miedo, que va, pavor a este tipo de enfermedades. En Roma lo ven como un castigo de Dios por separarse de la iglesia.
El Sudor empezó sin ninguna señal ni presagio en 1485 a bordo de los barcos que se dirigían a Inglaterra con las tropas del Duque de Richmond. Palidez, debilidad, estremecimiento, frio, accesos de fiebre y sudor, mucho sudor, síntomas que no duraban más de dos días, o se morían o se recuperaban en seguida. Pronto la enfermedad se extendió por toda la flota y ni siquiera la llegada a puerto supuso un alivio cuando llegaron a sus casas el Sudor les estaba esperando. Así muchos de los que se pudieron salvar de la enfermedad en los barcos llegaron para ver morir a muchos de sus amigos y familiares. La plaga había viajado con mayor rapidez que ellos y había llegado antes a pueblos y ciudades. No será el único misterio del Sudor.
Generalmente los gérmenes de la enfermedad hacen presa de la gente agotada por el trabajo y mal alimentada de los barrios bajos, esta enfermedad era bastante más exigente y hacia mella en las clases alta y media. Los primeros en sudar y morir en Londres fueron el Lord Mayor y sus concejales. Pero no fueron los únicos, hubo ciudades que perdieron un tercio de la población, pero ciudades inglesas. En Escocia no hubo enfermedad del Sudor, en Irlanda no hubo enfermedad del Sudor, en el continente europeo tampoco, solo los ingleses eran perseguidos y destruidos, los extranjeros en Inglaterra no enfermaban pero en Calais los ingleses sudaban y morían mientras los franceses no enfermaban. Así como llegó un día desapareció.
Una década después hubo un rebrote que duró semanas, más tarde volvió de nuevo, en medio siglo el Sudor llegó y se fue cuatro veces, después no se volvió a saber nada más… en Inglaterra. En 1528 los gérmenes de la Enfermedad del Sudor hicieron lo que nunca habían hecho antes: invadieron el continente europeo y llevaron la muerte a los no ingleses. Su comportamiento volvió a ser peculiar, saltó Francia y afectó a los alemanes, cuatro semanas después también la padecieron los holandeses. Llego a Austria y sitió a los sitiadores de Viena, los turcos, pero no atacó a los austriacos. Se levantó el cerco y los turcos huyeron aterrorizados, los austriacos capturaron prisioneros, saquearon las tiendas abandonadas por los turcos, llenas de muertos y moribundos, pero la enfermedad parecía ignorarlos.
Ana Bolena
La pieza clave de las evidencias escritas que respaldan este argumento es una carta que Ana escribió en 1514. La escribió en francés (su segunda lengua) a su padre, que todavía vivía en Inglaterra mientras Ana completaba su educación en los Países Bajos. Ives sostiene que el estilo de la carta y su letra madura demuestra que Ana debía tener aproximadamente trece años en el momento de escribirla. Esta estaría también en torno a la edad mínima en que una muchacha podría ser una dama de honor, cuando Ana lo fue de la regente Margarita. Ello se apoya en declaraciones de un cronista de finales del siglo XVI que escribió que Ana tenía veinte años cuando volvió de Francia. Estas conclusiones son cuestionadas por Warnicke en varios libros y artículos, pero las pruebas todavía no apoyan de forma concluyente ninguna fecha.
Ana era hija de sir Tomás Bolena, más tarde primer conde de Wiltshire y primer conde de Ormonde, y su esposa, lady Isabel Bolena (nacida Isabel Howard), hija del segundo duque de Norfolk. No se sabe con seguridad dónde nació, pero debió ser entre la mansión de su familia, Blickling Hall en Norfolk, y su residencia favorita, el Castillo de Hever en Kent.
Existían rumores de que Ana sufría polidactilia (seis dedos en su mano izquierda, por entonces considerado un signo del diablo) y una marca de nacimiento o lunar en el cuello, que siempre cubría con una joya. Hoy en día no existen pruebas que la apoyen esta leyenda popular. Ninguno de los muchos relatos de testigos oculares sobre el aspecto de Ana Bolena —algunos de ellos meticulosamente detallados— menciona deformidad alguna y mucho menos un sexto dedo.
Además, en una época en que las deformidades físicas solían ser interpretadas como un signo del mal, es difícil creer que Ana Bolena atrajera al rey Enrique, si realmente hubiera tenido alguna deformidad.
Tampoco se sabe con seguridad cuándo nacieron sus dos hermanos, pero parece claro que su hermana, María, era mayor que ella. Los hijos de María creían que su madre era la hermana mayor; así como la hija de Ana, Isabel. Su hermano George Bolena nació alrededor de 1504.
En su vida adulta, Ana no mantuvo una relación estrecha con su padre, aunque sí durante la infancia. Su relación con su hermana María parece haber sido cordial, pero no íntima. Tenía una relación más estrecha con su madre y su hermano George, de los que parecía sentirse más cercana.
En el momento de su nacimiento, la familia Bolena estaba considerada una de las más respetables de la aristocracia inglesa, aunque ostentaban un título desde hacía sólo cuatro generaciones. Más tarde, fueron tachados de arribistas sociales, pero éste era un ataque político. La tradición de que los Bolena eran una familia de comerciantes de Londres es infundada; de hecho eran aristócratas. Ana contaba entre sus bisabuelos con un alcalde (Lord Mayor) de Londres, un duque, un jarl, dos ladies aristocráticas y un caballero; entre sus parientes nombró a los Howards, una de las familias más destacadas del país. Seguramente era de nacimiento más noble que Jane Seymour o que Catalina Parr, dos de las otras mujeres inglesas de Enrique.
El padre de Ana era un diplomático respetado por su talento para los idiomas; era ya favorito de Enrique VII, que le envió a muchas misiones diplomáticas en el extranjero. Continuó con su carrera bajo el reinado de Enrique VIII, que subió al trono en 1509. En Europa Tomás Bolena tuvo muchos admiradores debido a su profesionalismo y su encanto, entre ellos se encontraba la archiduquesa Margarita de Austria, hija de Maximiliano I, emperador del Sacro Imperio Romano Germánico que gobernaba los Países Bajos en nombre de su padre. Quedó tan impresionada por Tomás Bolena que ofreció a la hija de éste, Ana, un lugar en su casa. Generalmente una muchacha debía tener 12 años para obtener tal honor, pero puede que Ana fuera algo más joven en aquel momento. Margarita se refería a ella cariñosamente como «La petite Boleyn» (no se sabe, sin embargo, si el calificativo se refería a su edad o a su estatura). Causó una buena impresión en los Países Bajos por sus maneras y dedicación y vivió allí desde la primavera de 1513 hasta que su padre ordenó que siguiera su educación en París el invierno de 1514.
En Francia, Ana fue dama de honor de Claudia de Francia y también actuaba de intérprete siempre que hubiera algún importante invitado inglés en la corte. En la casa de la Reina completó sus estudios de [francés] y adquirió un conocimiento detallado de la cultura francesa y el protocolo. También se interesó por la moda y por la ética que reclamaba la reforma de la Iglesia. Su educación europea terminó en el invierno de 1521, cuando regresó a Inglaterra siguiendo las órdenes de su padre. Partió de Calais, que entonces todavía era una posesión inglesa, en enero de 1522.
Ana Bolena no era convencionalmente hermosa para su tiempo. Era delgada y su piel se consideraba demasiado oscura. Sin embargo, muchos quedaron impresionados por sus ojos oscuros y su larga melena oscura que llevaba suelta. Un italiano que conoció a Ana en 1532 escribió, «no era una de las mujeres más hermosas del mundo», sin embargo otros conocidos la consideraban «completement belle» (absolutamente bella) y «una mujer joven y apuesta». Un historiador ha compilado todas las descripciones y concluye así:
«Nunca se la describió como una gran belleza, pero hasta aquéllos que la aborrecían admitían que tenía un encanto exacerbado. El cutis oscuro y el pelo negro le daban un aura exótica en una cultura que veía la palidez blanca como la leche como parte imprescindible de la belleza. Tenía unos ojos especialmente notables: 'negros y hermosos' escribió un contemporáneo, mientras otro afirmó que eran 'siempre los más atractivos', y que ella 'sabía bien como usarlos con eficacia'.»
La gente parecía atraída principalmente por el carisma de Ana. Causaba buena impresión con su gusto por la moda e inspiró muchas tendencias entre las damas de la corte. En una visión retrospectiva, fue probablemente el mayor icono de la moda inglesa de principios del siglo XVI. William Forrest, autor de un poema contemporáneo sobre Catalina de Aragón, elogió el «excelente paso» de Ana y su habilidad como bailarina. «Aquí», escribió, «era [una] lozana doncella que podía dar un tropiezo y seguir adelante.»
«El encanto de Ana estaba no tanto en su aspecto físico, como en su viva personalidad, su elegancia, su agudo ingenio y otras habilidades. Era baja y ostentaba una sugestiva fragilidad … destacó en el canto, componiendo música, bailando y conversando … No era sorprendente por tanto, que los jóvenes de la corte pulularan a su alrededor.»
Era una devota cristiana Para una discusión sobre las creencias religiosas de Ana, en la nueva tradición del movimiento humanista del Renacimiento (calificarla como Protestante sería una exageración). Hizo generosas donaciones y cosió camisas para los pobres. En su juventud era «dulce y alegre» y disfrutaba con los juegos de azar, bebiendo vino, y chismorreando. Era valiente y emotiva. Sin embargo, según sus enemigos, Ana también podía ser extravagante, neurótica, rencorosa y malhumorada.
«A nosotros nos parece religiosamente inconsecuente, más que agresiva; calculadora, más que emotiva; con un ligero toque cortesano aunque con gran control político… una mujer que tomó el control de su propia situación en un mundo de hombres; una mujer que hizo que su educación, su estilo y su presencia pesaran más que las desventajas de su sexo; pasó de ser moderadamente bien vista, a conducir una tormenta en la corte y al Rey. Quizás, al final, es la evaluación de Thomas Cromwell la que esté más cerca: inteligencia, espíritu y coraje.»
Cuando Ana Bolena llegó a la corte, la primera esposa de Enrique, Catalina de Aragón, era popular a pesar de no participar en política ni en la vida de la corte durante algún tiempo. Todos los hijos que tuvo con Enrique habían muerto jóvenes y el Rey estaba preocupado por tener un varón heredero de su trono a fin de conservar la monarquía y evitar la guerra civil.
Bolena debutó en la corte en un baile de disfraces en marzo de 1522, donde llevó a cabo una complicada danza acompañando a la hermana más joven del Rey, a varias grandes damas de la corte y a su hermana María (por aquel entonces, amante del rey). Unas semanas después de esta interpretación, Bolena era conocida como la mujer de moda y más importante de la corte y se referían a ella como «el espejo de la moda» (glass of fashion).
En aquella época la cortejaba Henry Percy, hijo del conde de Northumberland, alrededor de 1522. La naturaleza exacta de la relación entre ambos es confusa. Muchas novelas y adaptaciones cinematográficas han idealizado la historia describiendo como los jóvenes amantes consumaron su unión. Sin embargo, vale la pena notar que habría sido imposible mantener su compromiso matrimonial, si hubiera sido consumado y varios de sus biógrafos han indicado que Ana había visto demasiadas reputaciones arruinadas, para arriesgar la suya. Un sacerdote católico, George Cavendish, que sentía antipatía por ella pero era amigo de Henry Percy, con posterioridad declaró categóricamente que nunca habían sido amantes. Con ello parece poco probable que su relación fuera sexual.
El idilio se rompió en 1523, cuando el padre de lord Henry se negó a apoyar el compromiso. Una teoría es que el enlace lo rompió en secreto el cardenal Wolsey, ministro principal de Enrique, porque el Rey quería a Ana para sí mismo. Es imposible saber con precisión si esto fue así y los historiadores están divididos. Las evidencias, por declaraciones hechas a la hermana de Ana, María y su marido, sir William Carey, indican que entonces Enrique estaba implicado en un amorío con María Bolena.
Según George Cavendish, enviaron brevemente a Ana de la corte a las fincas rurales de su familia, pero no se sabe por cuanto tiempo. Cuando volvió a la corte reunió una camarilla de amigas y admiradores y se hizo famosa por su capacidad de mantener a los hombres a distancia.
El poeta sir Thomas Wyatt, escribió sobre ella en el poema Whoso List to Hunt, en el que la describió como inasequible y cabezota, a pesar de parecer recatada y tranquila. En 1525, Enrique VIII se enamoró de ella y comenzó a perseguirla.
La hermana de Ana, María, había sido con anterioridad amante por un tiempo del rey Enrique, durante el tiempo en que estuvo casada con sir William Carey, un caballero de la Cámara Privada del Rey. Se rumoreó durante mucho tiempo que uno o los dos hijos de María Bolena fueron engendrados por Enrique. Algunos escritores, como Alison Weir, cuestionan ahora si Henry Carey (el hijo de María) realmente era hijo del rey.
Ana se resistió a sus intentos de seducción y se negó a convertirse en su amante. Rechazó las propuestas iniciales del Rey diciendo, “suplico a su alteza muy seriamente que desista, y a esta mi respuesta en buena parte. Prefiero perder la vida que la honestidad.” El Rey se sintió más atraído aún tras esta negativa y la persiguió incesantemente, incluso después de que ella abandonara la corte para volver a Kent. Los historiadores están divididos sobre los motivos de Ana para rechazar a Enrique —unos dicen que era virtud y otros que ambición. Al final él le propuso matrimonio y ella aceptó. Sin embargo, decidió no acostarse con él antes de casarse, puesto que la relación prematrimonial significaba que si tenían un hijo, éste sería ilegítimo. A menudo se piensa que el capricho de Enrique por ella fue una forma de anular su matrimonio, mientras que hay pruebas fiables de que Enrique tomó la decisión de acabar con su matrimonio con la reina Catalina, porque ésta no le había dado un heredero; los dos puntos de vista no son excluyentes. Enrique y sus ministros solicitaron una anulación a la Santa Sede en 1527.
Al principio, Bolena lo mantuvo en secreto, pero por 1528 era del conocimiento público que Enrique tenía la intención de casarse con ella. Los parientes de Ana apoyaron su causa y tenían a muchos partidarios en la corte. Al principio, sin embargo, ella se mantuvo alejada de la política. Se deleitó en su estilo de vida recién descubierto —Enrique pagaba todo, y acumuló una importante cantidad de vestidos, pieles y joyas. Le asignaron sus propios sirvientes, varias damas de honor y nuevas dependencias en palacio.
En 1529, parecía que el Papa Clemente VII no fuera a conceder a Enrique la anulación que le había solicitado en 1527. En parte, el problema era que el emperador Carlos V, sobrino de Catalina de Aragón, había hecho prisionero a Clemente. Por eso Enrique vio que era poco probable que Clemente le concediera la anulación a la tía del emperador. Además, la Iglesia, enredada en la Reforma, difícilmente podía permitirse contradecirse a sí misma con la anulación de un matrimonio que originalmente garantizaba una dispensa, sin dar a sus enemigos más razones para ridiculizar su autoridad. Con la tensión política en el extranjero, la corte cayó en la confusión y a partir de ese momento quedó en entredicho la lealtad del cardenal Wolsey a los Bolena.
Convencida de que era un traidor, Ana Bolena mantuvo la presión hasta que Wolsey fue despedido de la oficina pública en 1529. Después de su despido, el cardenal le pidió que le ayudara a volver al poder, pero ella se negó. Entonces él comenzó a tramar un complot secreto para forzar a Ana al exilio. Para ello inició contactos con la reina Catalina y el Papa. Cuando se descubrió el complot, Enrique ordenó detener a Wolsey y de no haber sido por su muerte a causa de una enfermedad terminal en 1530, podría haber sido ejecutado por traición. Un año más tarde, la reina Catalina fue desterrada de la corte y sus antiguos aposentos entregados a Ana.
Con Wolsey muerto, Ana Bolena se convirtió en la persona más poderosa de la corte. Tenía un considerable poder para nombrar a los miembros del gobierno y en asuntos políticos.
Su exasperación por la negativa del Vaticano de convertirla en reina la orientó hacia una nueva alternativa. Sugirió que Enrique debía seguir el consejo de radicales religiosos como William Tyndale, que negó la Autoridad Papal y creía que era el monarca quien debía conducir la Iglesia. Cuando William Warham, conservador Arzobispo de Canterbury, murió, Bolena designó al capellán de su familia —Thomas Cranmer— para el puesto. También apoyó el ascenso del radical Thomas Cromwell, que se convirtió en el nuevo favorito del rey.
Durante este período, Bolena también desempeñó un gran papel en la escena internacional de Inglaterra, solidificando la alianza con Francia. Estableció una excelente relación con el embajador francés, Gilles de la Pommeraye, que quedó cautivado por ella. Con su ayuda, preparó una conferencia internacional en Calais en el invierno de 1532, en la cual Enrique esperaba ganar el apoyo de Francisco I de Francia para su nuevo matrimonio.
Antes de partir hacia Calais, Enrique le otorgó a Ana el marquesado de Pembroke, convirtiéndola en la primera plebeya inglesa en convertirse en noble por derecho propio en lugar de por herencia. La familia de Ana también sacó partido de la relación; su padre, ya vizconde Rochford, fue nombrado conde de Wiltshire y (gracias a un trato entre el rey y los primos irlandeses de Ana, la familia Butler) conde de Ormonde. Gracias a la intervención de Ana, su enviudada hermana María recibió una pensión anual de 100£, y el hijo de ésta, Henry Carey, fue educado en un prestigioso monasterio Cisterciense.
La conferencia de Calais fue un triunfo político, ya que el gobierno francés finalmente dio su apoyo al nuevo matrimonio de Enrique. Inmediatamente después de volver a Dover en Inglaterra, Enrique y Ana celebraron una ceremonia matrimonial en secreto. Ella quedó embarazada en unos meses y, como era costumbre en la realeza, hubo una segunda ceremonia matrimonial, que tuvo lugar en Londres el 25 de enero de 1533.
En ese momento los acontecimientos comenzaron a moverse con paso rápido. El 23 de mayo de 1533, Thomas Cranmer, arzobispo de Canterbury, en la sesión del juicio en un tribunal especial que se reunió en el Priorato de Dunstable para decidir sobre la validez del matrimonio del rey con Catalina de Aragón, declaró el matrimonio de Enrique y Catalina sin fuerza legal. Cinco días más tarde, el 28 de mayo de 1533, Cranmer declaró que el matrimonio de Enrique y Ana era auténtico y válido. Siete años después de que su relación con Enrique había comenzado, Ana era por fin legalmente su esposa y reina de Inglaterra. Catalina fue formalmente despojada de su título como reina a tiempo para la coronación de Ana, que ocurrió el 1 de junio de 1533.
Desafiando al Papa, Cranmer declaró que la Iglesia de Inglaterra estaba bajo el control de Enrique, no de Roma. Esta fue la famosa «Rotura con Roma», que señaló el final de la historia de Inglaterra como un país Católico. Pocas personas fueron conscientes del significado por entonces, y menos aún estuvieron preparados para defender la autoridad del Papa. La reina Ana estaba encantada con este desarrollo —aunque retuviera las apariencias, con atavíos católicos (el rey no habría permitido ninguna otra opción), ella creía que el Papado era una influencia de corrupción en el cristianismo. Sus tendencias católicas residuales pueden ser vistas en la ostentosa devoción a la Virgen María en el despliegue de su coronación.
Después de su coronación, Ana se asentó en una rutina tranquila para prepararse para el nacimiento de su hija. Se sintió profundamente afligida cuando Enrique se encaprichó con una dama de la corte, que provocó su primer enfrentamiento serio. El asunto fue breve, ya que Enrique quiso que nada pusiera en peligro el embarazo de su esposa.
La hija de Enrique y Ana nació algo prematuramente el 7 de septiembre de 1533, en el palacio favorito del rey, el palacio de Placentia. Bautizaron a su hija con el nombre de Isabel, en honor a la madre de Enrique, Isabel de York. Le dieron un bautizo espléndido, pero Ana temió que la hija de Catalina, María, amenazara la posición de Isabel. Enrique calmó los temores de su esposa separando a María de sus muchos sirvientes y enviándola a Hatfield House, donde la princesa Isabel vivía con su propia magnífica plantilla personal de criados. El aire del campo era mejor para la salud del bebé, y Ana era una madre afectuosa que con regularidad visitó a su hija.Sus visitas eran también muestras de la fricción entre ella y su hijastra la princesa María, que se refería ella como «la amante de mi padre», mientras Ana llamaba a María «esa maldita bastarda».
Ana tenía una plantilla de sirvientes mayor que el de Catalina: había más de 250 criados para atender a sus necesidades personales, desde sacerdotes hasta mozos de establo. Había también más de 60 damas de honor que la servían y acompañaban a acontecimientos sociales. También empleó a varios sacerdotes que actuaron como sus confesores, capellanes y consejeros religiosos. Uno de éstos era el religioso moderado Matthew Parker, que se convertiría en uno de los principales arquitectos de la moderna Iglesia de Inglaterra bajo el reinado de su hija Isabel I.
Su reputación como reformista religiosa se extendió por Europa, y fue aclamada como una heroína por figuras Protestantes; hasta Martín Lutero vio su subida al trono como un buen signo. También salvó la vida del reformista francés Nicolas Bourbon, que fue condenado a muerte por la Inquisición francesa. Apeló a la familia real francesa, que salvó la vida de Bourbon como un favor a la reina inglesa. Bourbon se referiría más tarde a ella como «la reina que Dios ama».
Aunque abogara por la reforma religiosa, sobre todo traduciendo la Biblia al inglés, no desafió la doctrina Católica de transustanciación. Además, cuando su marido se opuso a la mayor parte de las reformas doctrinales luteranas, Ana tuvo que ser cuidadosa en cuanto a dirigir a Inglaterra hacia lo que a menudo se llamó «el Nuevo Aprendizaje». Era también una generosa patrocinadora de la caridad, distribuyendo limosnas para ayudar a los pobres y fondos a fundaciones educativas.
Como reina, presidió una corte magnífica. En el siglo XVI se esperaba de las Familias Reales que fueran extravagantes, a fin de comunicar la fuerza de la monarquía. Ana gastó sumas enormes en vestidos, joyas, tocados, abanicos de pluma de avestruz, equipamiento de montura, y la tapicería y mobiliario más fino procedente de todo el mundo. Numerosos palacios fueron renovados para satisfacer sus gustos extravagantes.
En enero de 1536, Catalina de Aragón murió de cáncer. Tras la noticia de su muerte, se dice que Enrique y Ana se engalanaron con ropas de color amarillo brillante. Algunos historiadores lo han interpretado como demostraciones públicas de alegría en cuanto a la muerte de Catalina, pero es dudoso que la pareja real hubiera celebrado en público la muerte de Catalina, puesto que Enrique la consideraba como la «Princesa viuda de Gales», la viuda de su hermano el príncipe Arturo.
Circularon rumores de que Catalina había sido envenenada (culpaban tanto a Ana como a Enrique); los rumores surgieron tras descubrir durante su embalsamamiento que su corazón estaba ennegrecido. Los expertos médicos modernos están de acuerdo en que la oscuridad del corazón de Catalina no era debido al envenenamiento, sino debido al cáncer de corazón, algo que no se conocía por entonces. Tras la muerte de Catalina, Ana intentó mejorar sus relaciones con la hija de Catalina, María, pero fue rechazada de nuevo.
Durante el día del entierro de Catalina, el 29 de enero de 1536, Ana sufrió un aborto. Para la mayor parte de observadores, esta pérdida personal fue el principio del fin del matrimonio real. Lo que pasó después es uno de los períodos más polémicos de la historia inglesa, dado que es tanto una tragedia personal como un indicativo de las tendencias políticas más extensas que gobernaron la Casa de Tudor en ese período.
Cuando Ana se repuso de su aborto, Enrique declaró que su matrimonio fue maldecido por Dios. Jane Seymour fue trasladada a nuevas dependencias y el hermano de Ana no fue aceptado en una prestigiosa orden de caballería, la Orden de la Liga, que en cambio le fue otorgada al hermano de Jane Seymour. En varias ocasiones a lo largo de estos meses, Ana expresó su temor ante la posibilidad de un próximo divorcio.
En los últimos días de abril, un músico flamenco al servicio de Ana llamado Mark Smeaton fue detenido y torturado por Thomas Cromwell. Al principio negó que él fuera el amante de la reina, pero, bajo tortura, confesó. También proporcionó el nombre de otro cortesano -sir Henry Norris- un viejo amigo tanto de Ana como del rey. Norris fue detenido durante el May Day (1 de mayo), pero dado que era un aristócrata no podía ser torturado. Él negó su culpabilidad y juró que Bolena era también inocente. Sir Francis Weston fue detenido dos días más tarde bajo el mismo cargo. También detuvieron a William Brereton, un mozo de la cámara privada del rey, que fue también arrestado por adulterio, pero realmente parece probable que fue víctima de un viejo rencor contra él, sostenido por Thomas Cromwell. El acusado final era el propio hermano de la reina Ana, detenido bajo acusación de incesto y traición, acusado de mantener relaciones sexuales con su hermana durante los últimos doce meses.
El 2 de mayo de 1536, Ana fue detenida durante el almuerzo y llevada a la Torre de Londres. En la Torre, sufrió una crisis nerviosa menor, exigiendo saber todos los detalles sobre el paradero de su familia y los cargos contra ella.
Cuatro de los hombres fueron procesados en Westminster el 12 de mayo de 1536. Weston, Brereton y Norris mantuvieron públicamente su inocencia y sólo el torturado Smeaton apoyó a la Corona declarándose culpable. Tres días más tarde, Ana y George fueron procesados por separado en la Torre de Londres. Ella fue acusada de adulterio, incesto y alta traición. La sospecha popular contra Enrique y su amante, Jane Seymour, los cuales fueron vistos de banquete en el Támesis, era generalizada. Varios panfletos circularon por Londres burlándose de los procesos y apoyando a la reina.
George y los otros acusados fueron ejecutados el 17 de mayo. El señor y la señora Kingston, los encargados de la Torre, relataron que Ana parecía muy feliz, y dispuesta a seguir su vida. Se dice que ella había comentado, cuando lord Kingston le trajo las noticias de que el rey había conmutado su sentencia de incineración por la de decapitación, y había contratado a un esgrimidor de Calais para la ejecución, en lugar de degollar a una reina con el hacha común: «No tendrá mucho problema, ya que tengo un cuello pequeño. ¡Seré conocida como La Reine sans tête (La reina sin cabeza)!»
Vinieron por Ana durante la mañana del 19 de mayo para llevarla a la «Torre Verde», donde debía permitírsele la dignidad de una ejecución privada. El gobernador (Constable) de la Torre escribió de ella:
Esta mañana me hizo llamar, a ver si yo podría estar con ella mientras recibía al buen Señor (es decir, comulgaba), con la intención de que la oyese y así dejar clara su inocencia. Y en la escritura de esto ella me llamó a mí, y a mi llegada dijo, «Sr. Kingston, oigo que no moriré antes del mediodía, y siento mucho por ello, ya que pensé estar muerta para esas horas y por delante de mi sufrimiento». Le dije que esto no debería ser ningún sufrimiento, que sería muy breve. Y luego ella dijo, «oí que dicen que el verdugo es muy bueno, y tengo un cuello pequeño», y luego puso sus manos en el cuello, riendo cordialmente. He visto a muchos hombres y mujeres ejecutados, y que han estado en gran pena, y para mi conocimiento esta dama tiene mucha alegría en la muerte. Señor, su limosnero está continuamente con ella, y fue así desde las dos en punto después de la medianoche.
Llevaba puesta «una enagua roja bajo un vestido gris oscuro de damasco, adornado con pieles». Su pelo oscuro estaba recogido y llevaba su acostumbrado tocado francés. Hizo un breve discurso:
«Buena gente cristiana, he venido aquí para morir, de acuerdo a la ley, y según la ley se juzga que yo muera, y por lo tanto no diré nada contra ello. He venido aquí no para acusar a ningún hombre, ni a decir nada de eso, de que yo soy acusada y condenada a morir, sino que rezo a Dios para que salve al rey y le de mucho tiempo para reinar sobre ustedes, para el más generoso príncipe misericordioso que no hubo nunca: y para mí él fue siempre bueno, un señor gentil y soberano. Y si alguna persona se entremete en mi causa, requiero que ellos juzguen lo mejor. Y así tomo mi partida del mundo y de todos ustedes, y cordialmente les pido que recen por mí. Oh Señor ten misericordia de mí, a Dios encomiendo mi alma.»
Entonces se arrodilló en posición vertical (en las ejecuciones al estilo francés, con una espada, no había ningún bloque para apoyar la cabeza). Su oración final consistió en repetir, «a Jesucristo encomiendo mi alma; el Señor Jesús recibe mi alma.» Sus damas quitaron el tocado y ataron una venda sobre sus ojos. La ejecución fue rápida, consistente en un solo golpe: según la leyenda, el esgrimidor fue tan considerado con Ana que dijo, «¿Dónde está mi espada?» y luego la degolló, para que ella pensara que tenía todavía unos momentos más para vivir y no sabría que la espada estaba en camino.
A lo largo del río el reformista escocés Alesius acompañaba a Thomas Cranmer cuando caminaba por los jardines del Palacio de Lambeth. Debieron escuchar el disparo de cañón de la Torre, señalando el final, ya que el arzobispo miró hacia arriba y proclamó: «Ha sido reina inglesa en la tierra y hoy será una reina del Cielo». Entonces se sentó en un banco y lloró.
El gobierno no aprobó proporcionar un ataúd apropiado para Ana. Así, su cuerpo y cabeza fueron depositados en un arca alargada y sepultados en una tumba sin marcar en la capilla de St Peter ad Vincula.Su Hija, la reina Isabel I a su llegada al trono, núnca se preocupó de rehabilitar su memória y buscarle un lugar más digno para descansar sus restos,hay quien cree ver en esta dejadez y olvido de la hija,una prueba al rumor que decía que Isabel era hija del músico Mark Smeaton y no de Enrique VIII. Su cuerpo fue identificado en unas reformas de la capilla bajo el reinado de la reina Victoria, y de esta manera el lugar de descanso de los restos mortales de Ana está marcado ahora en el suelo de mármol.