El reinado de Isabel I de Inglaterra, prototipo del monarca autoritario del Quinientos, tiene un interés histórico de primera magnitud por cuanto fue fundamento de la grandeza de Inglaterra y sentó las bases de la preponderancia británica en Europa, que alcanzaría su cenit en los siglos XVIII y XIX. Pero la protagonista de esta edad de oro, que conocemos con el nombre de "era isabelina", se destaca ante nosotros por su no menos singular vida privada, llena de enigmas, momentos dramáticos, peligros y extravagancias. Isabel I, soberana de un carácter y un talento arrolladores, sintió una aversión casi patológica por el matrimonio y quiso ser recordada como la "Reina Virgen", aunque de sus múltiples virtudes fuese la virginidad la única absolutamente cuestionable.
(Greenwich, actual Reino Unido, 1533 - Richmond, id., 1603) Reina de Gran Bretaña e Irlanda (1558-1603). Hija de Enrique VIII y Ana Bolena, Isabel I de Inglaterra vivió desde niña las intrigas políticas y religiosas de las distintas facciones de pretendientes al trono.
Tras la ejecución de su madre en 1536, el Parlamento la declaró ilegítima, pero le restableció sus derechos a la Corona ocho años más tarde, durante el reinado de su hermanastro Eduardo VI. A la muerte de Eduardo subió al trono María Tudor, hija de Enrique VIII y Catalina de Aragón, e Isabel fue encarcelada como parte de la campaña desatada contra los protestantes.
Tales vicisitudes, con las consiguientes graves y constantes amenazas para su vida, forjaron la personalidad de la futura Isabel I de Inglaterra, cuyos rasgos más destacados fueron la inteligencia, la prudencia, la desconfianza y el alto sentido de la autoridad que encarnaba.
Al suceder a María I (a tenor del orden sucesorio establecido por el Parlamento en 1544), se rodeó de consejeros capaces, como Cecil, cuyo ministerio dominó gran parte de su reinado, conocido como la «época isabelina». Rechazó la oferta de matrimonio de Felipe II de España, y permanecería soltera durante toda su vida, lo que le valió sobrenombres como «la reina virgen», en absoluto justificados dadas las prolongadas relaciones que mantuvo con diversos amantes, en especial con los condes de Leicester y de Essex.
Mientras la legitimidad de su coronación era cuestionada por los católicos escoceses, encabezados por los Estuardo, y la sucesión quedaba en suspenso ante la falta de herederos de Isabel, restableció el anglicanismo como religión de Estado. Lo hizo sobre las bases del Acta de Supremacía, dictada en su momento por Enrique VIII, que completó con el Acta de uniformidad de 1559 y los Treinta y nueve artículos de 1563.
Establecido el cuerpo jurídico del orden religioso de su reino, Isabel I de Inglaterra emprendió la persecución tanto de católicos como de calvinistas. Además, para conjurar el peligro que representaban los católicos escoceses, apoyó, por el tratado de Edimburgo de 1560, al Partido Protestante de Escocia, cuya victoria, ocho años más tarde, conllevó la abdicación de María Estuardo, quien buscó refugio al lado de Isabel.
A pesar del tratado de paz firmado con Francia, apoyó bajo cuerda a los hugonotes y a los protestantes de los Países Bajos enfrentados a Felipe II de España. Preocupada por la hegemonía española en la colonización de América, ignoró el tratado de Tordesillas y autorizó la fundación de la colonia inglesa de Virginia.
La tensión entre Inglaterra y España alcanzó su punto culminante en 1587, cuando las dos potencias se declararon la guerra. Ese mismo año Isabel I de Inglaterra, no sin reparos, hizo ejecutar a María Estuardo, ante el temor de que sus derechos sucesorios alentaran una conspiración católica. El triunfo de la flota inglesa sobre la Armada Invencible enviada por Felipe II al año siguiente dio a Inglaterra la supremacía marítima. Gracias a esta nueva circunstancia pudo afrontar la difícil situación de Irlanda, sanear las finanzas del reino, impulsar cierto desarrollo industrial y atender con leyes especiales las necesidades de los campesinos pobres.
Durante su reinado, Inglaterra experimentó un notable renacimiento cultural y artístico, cuyos mejores exponentes fueron la proliferación de teatros populares y el altísimo nivel de la producción dramática.
Así, en 1576 se construyó el primer teatro público de Londres, al tiempo que se daban a conocer autores de la talla de John Lyly, dramaturgo titular de la corte, Christopher Marlowe, Ben Johnson y William Shakespeare. En los últimos años de su reinado, Isabel fue perdiendo influencia en el Parlamento, principal fundamento de su autoridad desde que subiera al trono, merced a los avances de los calvinistas, favorecidos por la relajación de la Iglesia Anglicana.